lunes, 29 de agosto de 2016

"Apuros", escrito por Eduardo del Llano.


agosto de 2014

APUROS

Publicado: 23-09-2014 en Sin categoría
 Todos hemos pasado por situaciones apuradas, momentos en que cuanto puede salir mal sale mal y nos parece que estamos soñando o en una película. Les cuento una historia, pintoresca donde las haya, en que me vi envuelto hace algunos años.
 En la primavera de 2003 fui invitado una vez más a Innsbruck, en el Tirol austriaco, para participar en el IFFI, el Festival Internacional de Cine que allí se celebra. Cuando todavía estaba en Cuba, mi amigo Helmut llamó para consultarme algo: “mira, cosa de un mes antes del Festival nosotros tenemos que ir a Cannes, ¿quisieras venir antes y acompañarnos?”. ¿Existirá otra pregunta más inocente que esa? Dije que sí, naturalmente, y durante cinco o seis días estuve en Cannes sin hacer otra cosa que ver películas, ir a restaurantes y a la playa. Que por cierto, es de topless.
 Cuando terminaba Cannes, aún faltaba un par de semanas para el arranque del IFFI. Se me ocurrió ir a Barcelona. Nunca había estado allí, y ya yo había cumplido cuarenta años y tenía algo de dinero. En lugar de estar dos semanas en Innsbruck estorbando a Helmut –habitualmente me quedaba en su casa–, pensé, mejor me voy a Barcelona por mi cuenta, es una aventura, uno de esos lugares que hay que ver de todos modos, tengo amigos allí y, argumento decisivo, están las cosas de Gaudí. Hice unas llamadas, y resultó que el novio de la hermana de una amiga mía, la escritora cubana Karla Suárez, podía alojarme unos días en el apartamento que alquilaba nada menos que frente a la Sagrada Familia. Mis socios austriacos me llevaron al tren y me dejaron solo. Atravesé el sur de Francia con una breve parada en Montpellier, entré en España –donde los rieles son más estrechos– y unas horas más tarde estaba en Barcelona. Los próximos días fueron de fábula: dormía en un cuarto que, cuando abrías el balcón, tenías la Sagrada Familia ahí, al otro lado de la calle, casi al alcance de la mano. Visité a mi amigo Ramón Fernández Larrea, con quien había trabajado en Cuba en El Programa de Ramón una docena de años antes, a otros conocidos como el locutor José Luis Bergantiños (también del Programa de Ramón), al trovador Adrián Morales… Me sumergí en el piélago de tiendecitas de bootlegs en la calle Tallers, visité todos los edificios de Gaudí… La segunda semana me mudé al apartamento de otro conocido, el caricaturista cubano Félix, en un barrio costero que se llama la Barceloneta. Y aquí comienza la parte dramática de la historia. 
 Saqué pasaje por tren hasta Munich, que está a dos horas de Innsbruck. La noche antes, Félix tenía que marchar a Madrid, y me dice: mira, un amigo mío vendrá al amanecer, dale a él la llave del apartamento antes de irte. Por la mañana entregué la llave y me fui a la estación… para descubrir que había una huelga de los ferroviarios franceses que afectaba a todos los trenes entre Cataluña y el resto de Europa, pues claro, para llegar desde allí a cualquier otro país europeo hay que atravesar Francia. Ya yo llevaba dos semanas en Barcelona, andaba con una maleta relativamente pesada y me quedaban cosa de doscientos euros. Me dije: bueno, a casa de Félix no puedo regresar, mejor tomo un tren hasta la frontera francesa, desde allí puedo quizás hacer auto stop… En fin, llegué a la frontera, y de auto stop nada, era peor que salir a la Novia del Mediodía a coger botella. Después de un par de horas intentando en vano largarme de allí, se me ocurrió llamar a un conocido en Barcelona que me había insistido en que acudiera a él ante cualquier problema: el ensayista y teórico del arte Iván de la Nuez. Le dije: Iván, necesito al menos dónde pasar la noche en Barcelona, quizás mañana la huelga haya terminado… Las huelgas duran varios días, me contestó, mejor ven para acá, yo te compro un pasaje en avión para mañana, y después me lo pagas cuando puedas. Lo dicho, compré un boleto de regreso y volví a Barcelona con mi maleta, menos dinero y el rabo entre las piernas. Iván me recibió y se portó como un amigo de toda la vida: esa noche reservó a mi nombre en un hotel que no llegué a usar, pues me llevó al restaurant de un cubano, y los tres estuvimos bebiendo y tomando otras sustancias interesantes hasta el amanecer. A esa hora me fui a casa de Iván, eché una cabezada de un par de horas, y mi anfitrión me expidió al aeropuerto.
 Calculen mi desconcierto cuando, llegado al aeropuerto, supe que los trabajadores de las aerolíneas se habían sumado a la huelga de los puñeteros ferroviarios. Mi solidaridad con la clase trabajadora gala bajó hasta picar en la zona roja. Ahora bien, me dijeron, hay vuelos que no salen, pero algunos sí. Hitchcock habría envidiado el suspense que siguió, mientras averiguaba si mi vuelo salía o estaba condenado. Para mi gran alegría, el enlace con Munich se mantenía. Uf, ya salí del bache, me dije mientras el avión despegaba.
 Pero no, no era tan fácil. Cuando llegué a Munich me quedaban cien euros. Bueno, pues al comemierda aquí presente no se le ocurrió nada mejor que tomar un taxi hasta la Hauptbanhof, la Estación Central de Ferrocarriles. El chofer del taxi empezó a conversar conmigo, y enseguida a mirarme con suspicacia: estábamos en 2003, año y medio después del 11 de septiembre, y he aquí a un cubano sin demasiada pinta de cubano que habla inglés y algo de alemán, que dice ser cineasta, al parecer tiene dinero y cuenta una historia inverosímil… Sin embargo, más que la opinión del chofer me aterraba otra cosa: el taxímetro iba marcando diez, veinte, treinta, cuarenta euros y aún no llegaba a la Estación, y cuando arribe allí todavía tengo que comprar el pasaje en tren de Munich a Innsbruck, que no sé cuánto cuesta, y me quedan sesenta euros… cincuenta y cinco… cincuenta… 
 Cuando el taxista me dejó en la Hauptbanhof me quedaban cuarenta y cuatro euros. Caminé lentamente hasta la ventanilla. Si el boleto cuesta más me veo quedándome en la estación cagándome de hambre y frío, reflexionaba, pues no conozco a casi nadie en Munich e igual no tengo los teléfonos de los dos o tres que podría llamar, no tengo tarjeta de crédito, soy un cubano improbable sin nada más que una maleta que cada minuto pesa más y cuarenta y cuatro euros… Esforzándome por esconder el pánico, pedí un boleto a Innsbruck.
 – Treinta y ocho euros –me dijo el empleado.
 El dinero me alcanzó todavía para comprarme un par de sándwiches repletos de colesterol, una Coca Cola y un chocolate y desplomarme en mi asiento como Colón, Marco Polo o Livingstone. Llegué a Innsbruck a la una de la mañana, fui a casa de Helmut, Helmut no estaba, lo busqué en el sitio más probable, lo encontré allí, me dio la llave de su casa, me fui allá y dormí como una momia hasta que el sol estuvo muy, muy alto en el cielo.
 Este es mi apuro. Cuéntame el tuyo.
 Eduardo Del LLano.